miércoles, 13 de mayo de 2009

400 años de la expulsión de los moriscos

En este mes de abril se cumplieron exactamente 400 años del decreto de expulsión de los moriscos españoles firmado por Felipe III. Es éste un episodio trascendental en la historia de España, cuya realidad pasada no debe escapársenos para hacer una lectura actual. Aquella experiencia de intolerancia, fanatismo y racismo sociocultural y religioso está escasamente presente en nuestra memoria colectiva e histórica. Por ello, ha de ser recuperada para la memoria como algo que nunca debería volver a ocurrir.
Se habla de 300.000 expulsados, más unos 10.000 o 12.000 muertos en el proceso de destierro, lo que equivalía más o menos a un 4% de la población total española. En el caso del Reino de Valenciala expulsión fue dramatica, ya que los moriscos constituían una tercera parte de la población.

Con el siguiente poema Manuel Giménez nos narra este hecho.

SEGUNDO EXILIO

(A los moriscos valencianos
expulsados en 1609)

Aquí estoy.
Mi cuerpo astillado
recorre las sendas
que hacia el mar conducen.

Las uñas del verdugo
quiebran mi piel,
sus labios escupen en mi cara,
me insultan,
mi espada azotan
con látigos finísimo;
pero, aún así,
mi corazón late con más brío.

¿Qué soy yo?
¿Quiénes son ellos?
¿Por qué su odio golpea
como un martillo mi cabeza?
¿Qué ebrio jinete
no cesa de acosar las filas
de esta multitud que, insumisa,
nada tiene
sino la fuerza desnuda de sus brazos?

Ellos no lo saben,
pero guardo las llaves de mi casa,
en mis alforjas un puñado de arcilla,
en mi memoria los recuerdos,
y a través del ojo veraz
que todo lo domina
avizoro el horizonte para no olvidar:
aquí el color,
la mano que dibuja
la pincelada fugaz
del espacio incierto,
hilos de luz cruzando el aire
como densas telarañas;
allí los manantiales
besando la piel de la alameda,
pétalos caídos con rastro de rocío,
hojarasca fundida
con la tierra del huerto
que me dio sus frutos.


Sabed que el poder de la razón
hay que poseerlo
cuando el hombre busque su soledad
sin encontrarla,
cuando comprenda
que su sabiduría puede manar
de fuentes lejanas
y que el Dios verdadero
que con afán persigue
es el mismo para todos
aunque tenga nombre diferente.

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