domingo, 1 de febrero de 2009

Buenos caminos


¡BUENOS CAMINOS!

Los gitanos de todo el mundo que hablan en su lengua, el romanó, se despiden con la expresión Latchó drom!, lo que en castellano sería tanto como desear "buenos caminos". En un pueblo, hasta hace poco nómada, la palabra drom (camino) es, pues, más que un mero término y remite también a todo un estilo de vida. En castellano, la palabra camino aparece formando parte de muchas locuciones y expresiones. Muchas de ellas aluden a nuestra experiencia vital. Transitar o no por un camino de rosas equivale a valorar cómo de fácil o de difícil nos ha resultado algo. Abrirse camino en la vida o en una profesión significa conseguir triunfar pese a las dificultades. Si alguien se nos cruza en el camino es que ha irrumpido en nuestras vidas. Dos personas tiran cada cual por su camino cuando se separan. Alguien lleva o no lleva camino de algo cuando apunta o no maneras para lograr algo. Ponerse en camino es empezar cualquier cosa y romper un camino implica ser pionero en una actividad. Traemos a alguien al buen camino cuando lo apartamos de algo nocivo; e ir por el mal camino supone ir por la vía de la perdición. Podríamos seguir, pero bastan estos ejemplos para demostrar cómo los caminos, aunque sean imaginarios, impregnan nuestra lengua, lo cual es tanto como decir nuestro pensamiento y nuestra vida.

Decía el poeta que nuestras vidas son los ríos...; nosotros, aun a riesgo de no ser muy originales, diríamos que nuestras vidas son los caminos. La metáfora de la vida como camino tiene, como podemos imaginar, un largo recorrido en la historia de la literatura. Si ello es así, entonces los hombres somos unos caminantes en peregrinaje constante a través de nuestra existencia. Si la vida nos sonríe, decimos que el camino es bueno; en cambio, si encontramos cualquier dificultad, hablamos de piedras en el camino. La metáfora la podemos alargar cuanto queramos: así, una decisión difícil se nos representa como una encrucijada de caminos; aquéllos con quienes compartimos la vida son nuestros compañeros de viaje; llevar unas buenas alforjas para el camino es tanto como contar con recursos para afrontar las penurias.


La literatura, claro está, no ha podido sustraerse a la potencia de una imagen como la del camino. En nuestra mente están las palabras de Antonio Machado cuando decía: "caminante, son tus huellas / el camino y nada más; / caminante, no hay camino, / se hace camino al andar. // Al andar se hace camino / y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar. // Caminante no hay camino / sino estelas en el mar...". En definitiva, no existe el camino sino nuestro tránsito por él, o lo que es lo mismo: el tiempo que se nos escapa. Otro poeta, Pablo Neruda, habla también de los caminos, pero en este caso de aquéllos que nos conducen al amor; dice así: "¡Amor, cuántos caminos hasta llegar a un beso, / qué soledad errante hasta tu compañía!". O el poeta José Hierro negando los caminos apunta a aquello valioso que perdimos: "Ahora ya es tarde, quisimos / tocar con las pobres manos / el prodigio. / Ahora ya es tarde: sabemos. / (No supimos lo que hacíamos). / Ya no hay caminos. Ya no hay / caminos. Ya no hay caminos". Los caminos del arte que transitan por caminos son más largos que lo que aquí reseñamos, pero recordemos aquí al escritor alemán Sebald (Los emigrados) o al director de cine griego Theo Angelopoulos (La mirada de Ulises).


Pues nada, caminos y más caminos, de ahora, de ayer y de siempre; de aquí y de allí; reales y ficticios; errados y ciertos; seguros y peligrosos; largos y cortos; pedregosos y amables; llanos y en pendiente... En definitiva, caminos que harán que algún día nos encontremos en el camino.


Latchó drom!

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